El Laúro es un viaje al deseo de una niña a su infancia; a su deseo de amar, a su deseo de hacerse mujer. Ese viaje está atravesado por la mirada infantil de Adele, aun no viciada por el juicio y estereotipos de los adultos.

El cortometraje cuenta el descubrimiento de la sexualidad en la infancia. Un descubrimiento, en el caso de Aldara, que será por momentos cómico, doce y amargo, sobrevolando la historía sin dramatismo. La intención es contar la experiencia de la protagonista con mucha ligereza, como la entendía Italo Calvino “Porque la ligereza no es superficialidad, sino desplazarse sobre las cosas desde arriba, no tener piedras en el corazón”.

La narración se divide en día y noche. El día es el momento del juego, de los amigos, es estar consciente. La noche es el deseo, el misterioso, el onírico. Es el momento del Laúro, un personaje que en el corto es mitad animal-mitad humano y que se convierte en la guía nocturna de la protagonista, su amigo secreto.

Como el Arcano Mayor “El diablo”, en el Tarot de Marsella, El Laúro hace referencia a nuestro subconsciente, a nuestra sombra, aquello que mas avergüénzanos. Esta mezcla de humano con animal refuerza también la ambigüedad del personaje, ¿es bueno? ¿Es malo?

Adele no lo sabe, y ni se lo expone simplemente transcurre con él un tiempo que le permite explorar y transitar ese verano sin sus padres.

Con Adele descubre la sexualidad, aunque no lo vemos, lo intuimos.

La estructura del cortometraje construido por contrarios, destaca la dicotomía que vive la protagonista: su inocencia infantil frente a su deseo de hacerse adulta. Un enfrentamiento que es doloroso solo se lo miramos con los ojos de los adultos y con la culpa que nos invierte haciendo de algo anecdótico un secreto con el cual cargar toda la vida.

Así imagino el Laúro, un cuento de verano, ligero, onírico, poético, con un lado sutilmente amargo y siniestro tal como es adquirir la mirada de un adulto.